Nochebuena

Las nochebuenas en las torres son geniales. Antes de brindar salimos a la esquina de la avenida y miramos hacia el Parque Lezama. De allí viene Santa Klaus a las apuradas, con los renos transpirados. Dobla, derrapa y encara por Almirante Brown, y en la esquina con Pi y Margall, se detiene porque lo espera el paseador de perros de mi edificio; y rápidamente le quita los renos y los reemplaza por seis Rotweiller que están bien descansados. Mientras, Papá Noel se quita la chaqueta, se coloca un chaleco antibalas y se la vuelve a poner. Y antes de ir a repartir regalos en la Isla Maciel, el Doque, Villa Tranquila y el triángulo de Bernal, con ese vozarrón que tiene, dice: “Jojojó…¿a mí me van a chorear esos giles?...” y se pierde para el lado del puente.

A veces, como los perros arrancan de golpe y no tienen mucha experiencia en arrastrar trineos, se le caen algunos regalos y los chicos intentan devolvérselos, pero él, muy apurado, les grita que se los queden. Con entusiasmo, ellos quitan el envoltorio y se quedan con una réplica de un calibre 22 corto, una faca tumbera, un fajo de dólares falsos o un pasaporte trucho, que son las cosas que algunos niños piden. Y en eso, aparecen unos pequeños chispazos de fuegos artificiales, y miramos al cielo, y al volver la vista hacia abajo, los renos han desaparecido.

Comentarios

Publicar un comentario