Calidad de vida

Ella y su marido son fanáticos de las mascotas y viven en un monoambiente con seis perros. Pero no son seis perritos de esos “falderos”, esos perritos putitos que no sirven para nada. Esos que los ponés en una silla y lloran porque no se animan a saltar. No; son seis perros grandes, esos que tienen relaciones con los almohadones, esos que se tiran un pedo en el monoambiente y te tenés que ir un par de horas al balcón.

A ella me la encontré el otro día en la puerta de la panadería, con siete perros. Y mientras observaba en su cuello lo que parecía una verruga pero resultó ser una garrapata, le pregunté si tenía otro perro más, y entusiasmada me dijo que sí, que ella amaba los perros, y me contó que se llamaba Gastón Emanuel. En un momento repitió su nombre varias veces para que se acercara y el perro no le dio ni bola. Era un perro de raza como los otros y yo me preguntaba cómo hacían para comprar perros tan caros y mantenerlos. Me pidió si se los cuidaba unos minutos puesto que tenía que ir a la verdulería, a escasos metros. Yo le dije que sí. Acaricié a Gastón Emanuel, pronuncié su nombre y el perro parecía sordo. Allí recordé que otro vecino me había comentado que en una feria de provincia vendían perros de raza que habían sido robados. Que se conseguían por monedas, y pensé que Gastón Emanuel, tal vez sería Pelusa o Lobito en su vida anterior y ni sabía que había sido re bautizado. Luego, me puse a acariciar a Jonathan, el primero de los siete perros que ellos habían traído al edificio. Jonathan me conocía y una vez que jugamos a pesar de que ya estaba viejito, entramos en confianza y me dijo:

¿Podés creer que ya van a hacer seis años que tenemos a esta pareja de humanos metida en la cucha y no se van?